Si un infante pudiera entender estas palabras, yo pienso que nos miraría con la cara más pícara del mundo, como diciendo: Señor mayor, padece usted una grosera equivocación. Para usted, precisamente por ser persona mayor, la cuestión de si algo es real o imaginario es la más importante, la que se instala en el primer término de sus preocupaciones. Pero a mí y a mis compañeros nos importa muy poco. Sólo allá, en último término y con caracter muy borroso se nos presenta esta cuestión; lo que nos interesa es que las cosas sean bonitas. Pero dejemos esta conversación frívola. Señor mayor, hablemos en serio: cuénteme usted un cuento.